La Cimitarra

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Cómo ya les comenté, el sable en la danza, si bien no es utilizado muy frecuentemente es exhibiciones públicas, es una danza poderosa en la que la bailarina demuestra su destreza, equilibrio y fuerza.

Propiamente la cimitarra no es un arma, en Occidente sirve para referirse a cualquier sable curvo musulmán u oriental, cada cultura le asigno un nombre distinto: el Shamsir persa, el Kiliç otomano, el Saif árabe, el Talwar hindú y la Nimcha magrebí, entre otros; por tanto, al ser armas que se diferencian escasamente unas de otras, el término cimitarra es genérico para todas ellas y encierra a las armas refinadas, finas y ligeras, cortantes, con un solo filo y una empuñadura protectora; su origen lo solemos hallar en Persia, aunque fue utilizada también en la India durante los siglos XIII y XIV.

Su forma larga y curvada estaba diseñada para barrer con estocadas a los enemigos, así como para acuchillar profundamente. La particularidad de que sea curva sirve para que al atacar a caballo la hoja no se incruste en el oponente. Al ser curva lo que se logra es que la hoja corte pero siga su trayectoria. Los árabes prefirieron la cimitarra a la espada recta y el solo hecho de evocar su nombre nos transporta de inmediato al recuerdo de esas luchas entre templarios y sarracenos, pero también solemos asociarla a fascinantes personajes como Sandokán o Simbad el Marino, los cuales, con su asombroso manejo de este arma, conseguían el respeto de sus adversarios.

Del mismo modo que la espada era el espíritu de la caballería y del ser caballero en occidente, en oriente la cimitarra era el arma bendita del Islam, puesto que era el arma de Alá. Así pues, la cimitarra no es que fuera la única arma de las tropas musulmanas u orientales, sino que era un símbolo. De hecho, las famosas Jinetas ibéricas de la Conquista eran de hojas de doble filo recto.

Las hojas, insistían los sabios, eran excepcionalmente fuertes si se las doblaba; también eran lo suficientemente duras como para conservar el filo; es decir, que podían absorber los golpes en el combate sin romperse. Sus virtudes mecánicas, así como sus preciosas marcas onduladas en la superficie, se debían al material con que estaban hechas: el acero de Damasco. Así, en tiempos de los cruzados, las espadas de Damasco se convirtieron en legendarias. Durante siglos fueron fascinación y frustración de los herreros de parte de Europa occidental, que trataron en vano de reproducirlas. Nunca creyeron que tanto su fuerza como su belleza provenían del alto contenido en carbono, así al añadirle carbono al hierro reducido, el resultado era el de un material más duro.

El acero se preparaba en la India donde se le llamaba pasta, se vendía en forma de lingotes o de redondeles del tamaño de una medalla grande. Se cree que las mejores hojas se forjaron en Persia a partir de esas pastas, para hacer también escudos o armaduras. Aunque el acero de Damasco se conocía en todo el Islam, también se conocía en la Rusia medieval, donde se le llamaba bulat y en España (que fueron traídos por los moros), donde se hicieron famosas las espadas forjadas en las acerías de Toledo.

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